El Salvador pide perdón

Pedir Perdón
Por José Manuel Ortiz Benítez

A metro y medio de distancia del telepromter de cristal, detrás de un atril de caoba brillante, adornado con el escudo de la Presidencia de La República de El Salvador en la madera frontal, mirando solemnemente a la cara de los distinguidos invitados, Mauricio Funes rompió en dos el maleficio de la historia: “En nombre del Estado salvadoreño, pido perdón” (Foto El Faro).

“Había algo subliminal en la frase, una directiva de alivio, de rescate, de redención, una ruptura con el pasado ...una sensación de culpabilidad, algo ciertamente insólito, inédito en nuestras instituciones públicas” relata mi estimable amigo Jonathan, quien acudió fuertemente trajeado al evento, al cual había sido cordialmente invitado por Casa Presidencial.

Instantáneamente, las espesas y pesadas palabras salidas de la boca del presidente Funes provocaron una ovación generalizada entre los miembros de la exclusiva tribuna, a excepción de algunos prominentes socios del partido ARENA, invitados de honor según el protocolo, quienes mostraron caras largas y no tuvieron ningún impedimento, ni desconsuelo, en hacer públicas sus diferencias con las históricas palabras expresadas ahí por el Sr. Presidente Mauricio Funes.

“El Estado jamás debió pedir perdón, quienes debieron pedir perdón debieron ser quienes impulsaron la guerra”, soltó nítidamente el ex presidente de la república, don Armando Calderón Sol, en su estilo personal, aludiendo claramente a que el perdón debería de venir exclusivamente de parte de las fuerzas guerrilleras del FMLN, quienes ya lo habían hecho a tempranas horas de la mañana en la Plaza del Cristo de la Paz, dirección Comalapa, en San Salvador.

Por su parte, el ex mandatario y signatario de los Acuerdos de Paz de 1992, don Alfredo Cristiani, fue un poco menos nítido que el Sr. Calderón Sol en el sentido de que no se supo muy bien lo que realmente quiso decir.

"No le toca al Presidente de la República pedir perdón por los hechos cometidos por el FMLN, porque no es un agente del Estado” dijo Cristiani, con cierta ambigüedad.

En lo estrictamente literal, no se sabe si el Sr. Cristiani estaba exonerando – “no le toca al Presidente pedir perdón por los hechos cometidos por el FMLN”– públicamente al Presidente de la República de tener que pedir un perdón oficial adicional, esta vez, en nombre del FMLN, cosa que efectivamente no le corresponde al Jefe de Estado porque el FMLN no es parte del Estado; o si, por el contrario, Cristiani estaba en la misma línea de su amigo Calderón Sol, quien afirma rotundamente que el Presidente de la República no tiene por qué pedir perdón a nadie porque los hechos fueron cometidos única y exclusivamente por el FMLN, no por el Estado.

Como es habitual ya en él, mi estimable amigo Jonathan me corrige la papeleta. “No le des más vueltas Ortiz, Cristiani es un abogado exquisito del ‘perdón parcial’. Según Cristiani, Calderón Sol y compañía, el pedir perdón –si cabe, postrado de rodillas– le toca única y exclusivamente al otro bando, al FMLN. Pero el pueblo ya les dio la espalda, con eso sólo están consiguiendo divorciarse más de la mayoría de los salvadoreños. Su insensibilidad hacia las víctimas hay que cobrársela en las urnas,” dice.

No hay duda de que mi amigo Jonathan es un buen demócrata de izquierda, como tan poco hay dudas de que su padre fue asesinado por miembros de La Guardia Nacional –una unidad de seguridad del Estado– después de ser encontrado mutilado, con señales de tortura, en el cantón "El Calabozo", en San Vicente, la tarde del domingo 22 de agosto de 1982, según consta en el Acta de la Memoria y la Verdad de las víctimas asesinadas y desaparecidas durante la guerra civil salvadoreña (1980-1991).

Esa es la verdadera razón por la cual, la tarde del sábado 16 de enero de 2010 –28 años después de la muerte de su padre– mi amigo Jonathan sintió en el pecho una sensación de alivio y redención cuando escuchó en directo la frase, del Presidente del Estado Salvadoreño y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, clamando perdón por los atropellos cometidos contra sus propios ciudadanos. 30 años de espera no es nada en el mundo del tango, “yo me he ahorrado dos” dice Jonathan, con una triste ironía en la garganta.

El pedir perdón por parte del estado salvadoreño, inevitablemente sugiere una aceptación de culpabilidad, y ésta, a su vez, una reparación por los daños causados a las víctimas. De ahí que el Presidente Funes, asesorado por personal muy cualificado, anunciara también la creación de una comisión de reparación moral y de búsqueda de desaparecidos, así como un fondo de pensión para veteranos y lisiados de guerra.

Sin embargo, hay muchos sectores que piden la misma oficialidad y condecoración en la oferta de perdón por parte de la ex guerrilla salvadoreña por sus propios atropellos.

Durante las violaciones de los Derechos Humanos, 1978-1991, la guerrilla salvadoreña no representaba otros intereses más que los intereses de la guerrilla salvadoreña. Es decir, independientemente de las justificaciones de fondo, la insurgencia guerrillera no era una institución legítima, sino un grupo armado al margen de la ley, y por tanto su ofrenda de perdón por los muchos crímenes que cometió durante la guerra nunca podrá tener el mismo nivel de simbolismo y grado de responsabilidad que la oferta de perdón por parte del Estado salvadoreño, porque éste, a diferencia de la guerrilla, nos representaba a todos, a la legalidad, a nuestras instituciones públicas, nuestra integridad territorial, nuestra soberanía, nuestra seguridad, nuestra justicia, en una palabra, representaba nuestro “mundo”, nuestra pequeña nación salvadoreña y su misión principal era protegerla, protegiendo la vida de sus ciudadanos, independientemente de los colores políticos o simpatías ideológicas personales. Todos sabemos que ese no fue el caso, para nuestra terrible desgracia.

De todas las maneras, con independencia del grado de responsabilidad, todas las partes involucradas han de pedir perdón por los crímenes cometidos.

Sin embargo, como bien dice, con realismo excesivo, mi otro estimable amigo Chicho, ese ciudadano de clase media en San Salvador, “una cosa es salir públicamente a pedir perdón y otra muy distinta es que te perdonen.”

Hay que aprender a perdonar.

“Yo estoy listo. Espero que el resto del pueblo también” dice Jonathan, quien ese mismo día cumplía 43 años, la edad que tenía su padre cuando fue asesinado por la Guardia Nacional, por sospechoso de colaborar con el alzamiento guerrillero.

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