En Estados Unidos la Diáspora salvadoreña quiere organizarse

Diáspora salvadoreña, vencer el reto de la unidad
Por José Manuel Ortiz Benítez

De cada tres salvadoreños que existen sobre la faz de la tierra, uno vive y trabaja en los Estados Unidos. Como diría mi querido y estimable tocayo Don Manuel, en refinado lenguaje salvadoreño: “3 millones de almas guanacas se han ido al norte a volarle verga”.

(Foto: primera oleada de refugiados salvadoreños en Los Angeles 1980).

El desafío de los salvadoreños en la dolorosa carrera hacia el norte no es cosa nueva. Aunque parezca inverosímil, comenzó hace siglos, concretamente en el año 1539.

Según el investigador, Sigfredo Cabrera Rajo, un historiador salvadoreño, experto en la materia, radicado en Barcelona, España, la madrugada del miércoles 19 de noviembre de 1539, zarparon de la bahía de Jiquilisco –entonces dependencia territorial del poblado de San Miguel, al oriente de El Salvador– dos naves: San Miguel y Santiago. Una de ellas, San Miguel, se desvió hacia el norte, hacia lo que ahora es conocido como el estado más rico y poderoso de Los Estados Unidos: California.

A bordo del San Miguel iban decenas de indígenas salvadoreños. Su misión: remar, remar y remar. Es decir, remar hasta morir por medio tiempo de conqué (comida) diario.

500 años después, la mayoría de salvadoreños seguimos siendo una raza sufrida, echada al abismo por las circunstancias del momento. Ahora en el siglo XXI, ya son, “extraoficialmente”, cerca de tres millones los salvadoreños que están afincados de cualquier forma en Estados Unidos, un millón en el área metropolitana de Los Ángeles, California, aquel destino desconocido en la madrugada de 1539.

Muchos lo han conseguido, pero la mayor parte de salvadoreños sigue luchando a brazo partido como aquellos indígenas que remaban a punta de látigo a bordo del San Miguel.

Según el censo oficial, Estados Unidos tiene una población de 298.8 millones de personas. De ellas, 46.9 millones son de origen latinoamericano, es decir, la minoría étnica más grande de ese país o, lo que es lo mismo, la concentración más grande de hispanos del planeta después de México.

Dentro de esos 46.9 millones de hermanos latinoamericanos, primero están los mexicanos con 29.9 millones; después los puertorriqueños con 2.8 millones; en tercer lugar, están los cubanos con 1.6 millones; y en cuarto lugar vienen, como un tren descarrilado, los salvadoreños con 1.45 millones.

El 3.2% de todos los hispanos de EE.UU. es de descendencia salvadoreña, un porcentaje matón para un país tan ridículamente chiquito y pequeño como es El Salvador.

El porcentaje que los salvadoreños representan en la población global de Estados Unidos es de 0.47%. Esa es la cifra “oficial” sobre el papel, la real nadie la sabe, pero puede suponer ligeramente más del 1% de la población total de EE.UU.

Sin embargo, el poder político, a nivel nacional, que los salvadoreños ostentan en aquel país es 0%, nada, o sea, no hay ningún representante de origen salvadoreño en ninguna institución pública a nivel federal.

De los 4 grandes grupos de hispanos anteriormente mencionados, los salvadoreños somos los únicos que todavía no tenemos ningún representante en ninguna de las instituciones federales de EE.UU.

No se trata de convertir proporcionalmente en poder político los porcentajes de las distintas comunidades representadas en el computo global de la población. La democracia, para nuestra desgracia, no funciona así. Los judío-americanos representan sólo el 2.1% de la población estadounidense y tienen un dominio político total y absoluto en los aparatos de poder de Estados Unidos.

De lo que se trata es de crear conciencia entre los líderes salvadoreños para afrontar los retos y las responsabilidades para el avance de la comunidad salvadoreña residente en ese país, que todavía sigue de rodillas, arrastrándose por el suelo para sobrevivir. Más de un millón se estima están en amenaza de deportación por su situación irregular.

Esa es la razón por la que los salvadoreños en Estados Unidos quieren organizarse y moverse finalmente juntos hacia un objetivo común.

El encuentro se llevará a cabo el 23 y 24 de septiembre de 2009, en el SEIU, 1800 Massachusetts, Ave. NW. Wasghingtom D,C. , y lo han denominado Salvadoran American Leadership Summit –Cumbre del Liderazgo Salvadoreño Americano– una especie de sueño que se cocina a fuego lento, con pimienta de la gruesa, que poco a poco empieza a desprender parte de su olor.

El fuego lo atizan el señor Walter Tejada, presidente del chiquito pero pujante condado de Arlington, Virginia, los Representantes de la Asamblea Legislativa del Estado de Maryland, la Sra. Ana Sol Gutiérrez y el Sr. Víctor Ramírez, las cuatro redes mayoritarias de salvadoreños en EE.UU., Salvadoran American National Association, Salvadoreños en el Mundo, Salvadoran American National Council y Salvadoran-American National Network y otras organizaciones y asociaciones locales de inmigrantes salvadoreños.

El objetivo global se divide en tres grandes partes indispensables para los intereses de la comunidad salvadoreña en aquel país:

1) Lograr una reforma migratoria integral incluyente y evitar deportaciones masivas indiscriminadas
2) Hacerse contar a toda costa en el Censo Nacional de Estados Unidos en el 2010 y oficializar así el peso poblacional real de los salvadoreños
3) Crear liderazgo y unidad política, con efecto transnacional, para representar la comunidad migrante salvadoreña en los países de origen, de tránsito y de destino.

Mucho ha llovido desde 1539. Estados Unidos se ha ido convirtiendo poco a poco en la segunda patria para los descendientes de aquella humilde raza que un día fuera obligada a subir a bordo de un navío para morir remando hacia el fondo del océano a cambio de nada.

El legendario capitán Jack Sparrow, pirata de profesión, hizo lo mismo, pero a cambio recuperó el alma. La historia sigue siendo ingrata con los salvadoreños.

La gran mayoría de aquellos indígenas salvadoreños que iban en aquel viaje sin destino no aguantó la dureza y la severidad de la aventura impuesta por el amo y señor de la región, el Virrey Don Antonio de Mendoza, ese ostentoso personaje de descendencia gallega que quería comerse el mundo.

Los últimos indígenas salvadoreños que aguantaron aquel doloroso periplo hacia el norte fueron arrojados a las aguas de la Bahía de San Miguel, nombrada así en honor al punto de partida original –Jiquilisco, San Miguel, El Salvador– y de la fragata que llevaba el mismo nombre en sus dos costados.

Esa bahía de aguas calidas y brisas adorables ahora se le conoce como la Bahía de San Diego, ese majestuoso y lujoso espacio natural visitado por millones de turistas de alto poder adquisitivo cada año, llegados de todas partes del mundo.

Bajo esas mansas aguas, yacen restos de una raza abatida y desconocida cuyos hijos, 500 años después, finalmente intentan organizarse y moverse juntos en una misma dirección: intentar orquestar una agenda política unificadora y preparar un liderazgo sólido para afrontar los desafíos del futuro, a más de 3,000 kilómetros de su tierra natal, en una nación que aspira a seguir siendo el bloque político-económico más poderoso del planeta a pesar de negar y desconocer los protagonistas que moldearon buena parte de su propia historia.

Otros artículos de este autor aquí- José Manuel Ortiz Benítez es miembro de Salvadoreños en el Mundo

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