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¡Bendita sea la madre que los parió!

por Jaime Ulises Marinero

Fue grandioso, fabuloso y maravilloso. Fue la voluntad de Dios y el sacrificio de todo un pueblo reflejado en el once cuscatleco. Fue como tocar el cielo embriagado de felicidad. Fue como si los millones de salvadoreños impulsaran la pierna izquierda de Eliseo Quintanilla para batir al “conejo” Pérez. Para derrotar a México. Para callarle la boca a esos que dijeron que El Salvador no era nadie en el concierto del fútbol mundial. Es cierto, no somos nadie todavía, pero a México le ganamos. Los pusimos de rodilla para que se tragaran su fanfarronería.

Fue una victoria con sabor a gloria, que supo a todo. Supo a revancha eterna contra los mexicanos, supo a esperanza de un pueblo que añora ir a otro mundial de fútbol, supo a ilusión por un deporte que nos apasiona a todos. Supo a salvadoreño. A patria.

Desde Miguel Montes hasta Eliseo Quintanilla, pasando por Manuel Salazar, Alex Escobar, Marvin González, Alfredo Pacheco, Osael Romero, Ramón Sánchez, Cristian Castillo, Rodolfo Zelaya, Rudys Corrales, Mardoqueo Henríquez, Salvador Coreas y por supuesto Julio Martínez, fueron bendecidos por el espíritu emprendedor de un pueblo que estaba ansioso. Ansioso de un triunfo que no fuera amistoso… Qué fuera contra México. Luchado.

Cuando al minuto 11 del primer tiempo Rodolfo Zelaya ganó la banda de fondo y dejó en un espacio corto la marca de Torrado y Osorio, los más de 30 mil aficionados que coparon el Cuscatlán respiraron profundo para apenas después gritar a todo pulmón el gol. Fue un rechace que le quedó a Julio Martínez, que de punterazo (bendita y ortodoxa forma de pegarle a la pelota) metió el balón a la meta mexicana. Gol. El golpe estaba dado en el campo y en las graderías se vivía la emoción plena de saber que ganar era posible. Las miles de almas en el estadio se convirtieron en una sola alma. Un alma gigante y de niño travieso y feliz que gritaba y que saltaba y que lloraba y que reía y que lanzaba improperios al rival y que lanzaba sus ¡olé! al viento y que siempre supo que si se podía. Eran una noche mágica sin estrellas porque no hacían falta. Las estrellas estaban en el terreno de juego.

Era el primer gol y la locura total. Había que aplaudir, cantar el “Pájaro Picón”, gritar ¡Si se puede!, burlarse del rival y agarrar más fuerzas para “bañar” el estadio de olas y tumbos. Esas olas y esos tumbos que desde las 2:00 de la tarde estuvieron recorriendo las graderías del monumental si cesar. Cuando no eran olas era tumbos que en Sol General parecen una fiera ensangrentada deseosa de recuperar su libertad a fuerza de goles, a fuerza de alegrías que solo los guerreros de la selecta saben dar.

El primer gol fue el aliciente para seguir con estoicismo el juego Para olvidarse de las entradas caras por culpa de la FESFUT y el mercado negro, para seguir avivando al mexicano más salvadoreño, Carlos de los Cobos. Para soñar con Sudáfrica 2010.

Cuando el primer tiempo terminó después de cuatro largos minutos de reposición, hubo apenas tiempo para recordar las dos o tres jugadas claras que perdió El Salvador frente al marco mexicano, para recordar el cabezazo de Manuel Salazar que se fue ligeramente desviada del larguero, el tunelito con olé incluido de Cheyo Quintanilla a Aaron Galindo y las dos excelentes atajadas del “mudo” Montes que enmudecieron a los más de cien millones de mexicanos.

No solo hubo tiempo para refrescarse e ir al baño. Hubo para recodarle a Dios que merecíamos ganar, para hacer amigos inesperados, para repetir los improperios contra los aztecas, para reclamarle a los dirigentes de la FESFUT su mal desempeño. Para hacer conciencia que si estamos en la hexagonal y con posibilidades de ir al mundial es gracias a los seleccionados, a la noble afición y a Carlos de los Cobos, es hombre que si fuera salvadoreño de nacimiento, sería el presidente de El Salvador… Al menos de los aficionados que le ofrecen el cargo como agradecimiento por devolvernos la esperanza, la fe y la grandeza otrora del fútbol nacional.

En el segundo tiempo la desesperación estaba marcada. México envió al terreno de juego a uno de los dos mexicanos más odiados por los aficionados. Envió a Cuauhtémoc Blanco. Fue como enviar una piñata a una fiesta de niños para que se la destrocen. La afición entendió el mensaje y comenzó a hacer lo suyo. Los gritos burlescos bajaban en tropel desde los graderíos. Torpemente Blanco quiso retar al respetable que le aceptó el reto que por un momento lo ganaba el mexicano. Por un momento porque finalmente lo ganó el alma cuscatleca.

El segundo mexicano más odiado por cosas del fútbol es David Faitelson, el reportero que se atrevió a ofender el orgullo salvadoreño y llevarse de encuentro a su compatriota Carlos de los Cobos. Para él eran los improperios, para él eran los peores deseos, para él y solo para él eran las burlas pletóricas. Faitelson te equivocaste y lograste lo que pocos han logrado… entrar al mundo de lo ridículo, al igual que Hugo Sánchez que alguna vez dijo que en El Salvador se jugaba con pelota cuadrada y que ni por accidente perdían en esta tierra bendita. Todavía se está tragando sus palabras, solo que ahora ya tiene compañero comensal.

Por eso cuando al minuto 25 el árbitro Walter Quezada se sacó de su chistera un penalti inexistente y Blanco tomó el balón para cobrarlo y anotar, la afición calló. El Cuscatlán fue una tumba inmensa y fría. Pero fue una tumba por apenas dos minutos porque cuando De Los Cobos envió a Rudys Corrales por Alfredo Pacheco, que sangraba de su rostro por el artero y cobarde golpe que le propinó el argentino mexicanizado Guillermo Franco, surgía nuevamente la esperanza. El Salvador iba por todo. Ganar o ganar.


Y el riesgo trae premios y el premio fue lindo. A los 39 minutos Julio Martínez gana la línea de fondo, mete un centro que llevaba peligro y Kevin Rojas se barre con las manos extendidas. Fueron las manos de un ángel mexicano, las manos justas, las manos anheladas, las manos que sin ser benditas no regalaron un penalti. Gracias Rojas, algún día te recordaremos con mucho cariño por esa bobada.

Y Cheyo tomó el balón. Como gladiador se paro frente al balón, esperó que su fiera se moviera y le mandó el balón fuerte y colocado al rincón bajo izquierdo del “conejo” Pérez. Fue una estocada mortal. Una estocada que dejó moribundo a una presa que se metió a la cueva del lobo. Y el lobo era azul. Un azul profundo, un azul celestial. Glorioso.

Cuando se anunciaron los cuatro minutos de extra tiempo fueron los minutos más largos, los minutos que faltaban para consumar la obra. La grandiosa obra. La quinta victoria sobre México. Las mieles de la vida son dulces y aromatizadas cuando son aderezadas con el tequila y la canción de un mariachi triste.

El pitido final sonó a canto de serafín, a melodía celestial. El estadio estalló en jubilo, el mar azul se retorcía de plena satisfacción. Todavía quedaba fuerza para gritar, para perder la voz por algunos días, para aplaudir, para abrazar al vecino ocasional sin importar su estado etílico, para quedarse media hora más dentro del estadio sin querer abandonar. Algunos hubieran querido quedarse eternamente celebrando el triunfo añorado desde 1993 cuando con idéntico marcador pusimos a llorar a los aztecas.

Algunos lloraron porque se valía llorar. Otros en silencio bendijeron a los guerreros salvadoreños. Bendita la madre que los parió porque de sus vástagos hoy nos sentimos felices. Gracias seleccionados, gracias De los Cobos… Gracias Dios.

Fuente: La Página 8/6/2009
Comentarios
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3 comments :

  1. DELANTE SALVADOREÑOS...

    ... QUE NO HAY PAJARO PEQUEÑO QUE DETENGA SU VOLAR !!!


    Jose Matatias Delgado Y Del Hambre.

    ReplyDelete
  2. No había leido esata crónica de ese partido que yo presencie. Es de lo mejor que he leído, casi me hace llorar. En El Salvador Jaime Ulises Marinero es uno de los mejores, sino el mejor cronista, que se conoce.

    ReplyDelete

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