La anti-política de la política

TransandoPor José Manuel Ortiz Benítez*

No llegamos a los 22,000 kilómetros cuadrados de tierra firme, por lo que nuestro país, en efecto, es una pequeña finquita de dimensiones diminutas, como el alcance de mira que tiene nuestra clase política, cuyos pesos pesados son los que la controlan a su merced y criterio sin que nadie pueda actuar de contrapeso. Todos anhelan estar con el jefe.

No existen equilibrios, quien manda, manda de verdad.

Los medios, la gran mayoría, como se ha visto, no hacen esa noble labor. Se juegan demasiado en la factura publicitaria, esa podría ser una razón, quizás, hasta razonable en un país como el nuestro. Pero la otra razón, mucho más grave, es que sus dueños, quizás, no entiendan uno de los pilares más valiosos del periodismo: servir de contrapeso al poder a favor del pueblo y la verdad.

Un pequeño periodista lo puso de otra manera mucho más sencilla: “Si quieres informar, te debes al pueblo”. En este modesto blog, secundamos la frase en toda su neta.

Este pequeño barrio centroamericano, donde viven y sobreviven 5,744,113 almas salvadoreñas, es, en el fondo, una encrucijada entre los que piensan hacia la derecha, hacia la izquierda, y los que piensan “al contrario de lo contrario”, como me dijo recientemente un amigo, o sea “los que dicen ser apolíticos, al contrario de de estos y al contrario de de aquellos, pero que están en todas las discusiones”.

Los politólogos, que son unos señores más rebuscados con las palabras, a eso lo llaman “la anti-política de la política”, una especie de mezcla de profundo resentimiento, desconfianza, impotencia y desafección del ciudadano de a pata hacia la clase dirigente y hacia la política en general.

El ciudadano, al ser un personaje plano en su razonamiento, metido en otros problemas, se confunde, mata el arte de lo público y lo culpabiliza de todos sus males. Hace una simple reflexión y deduce que el problema es la política, cuando en realidad, el problema está en quien la practica.

Esa cosa de nuestros políticos, la mediocridad, se ve casi todos los días en las telenoticias, máxime ahora en pleno proceso electoral. Ahí vemos las causas y efectos que produce, pleitecitos, ingratitudes y banalidades, lanzadas como peñuscos contra el contrincante, cuya inutilidad para el bienestar del ciudadano común es como los absolutismos con que se usan las palabras “izquierda” y “derecha”.

Lo importante, amigos, son los hechos, el avance hacia el desarrollo sostenible de los espacios y las personas, por ahí anda el trabajo del buen político. Pero los nuestros andan metidos en otra onda, en la onda de lo inútil, de lo banal, de las campañas sucias y contra-sucias.

La Asamblea Legislativa, el primer órgano del estado, por ejemplo, bulle de ese tipo de políticos, mediocre e incapaz casi por naturaleza, en los quehaceres del bien común.

Jugando al ser generoso, ustedes disculpen, se salvan una escasa docena y media como mucho. El resto, no produce, no propone, no hace, a veces, ni aparece, salvo cuando se les da cuerda. Entonces se aparecen y vienen directamente al mandado: a votar de manera autómata, sin criterio, ni razonamiento propios, más que el del partido, que por regla general ventila los debates en lugares oscuros que nadie conoce, lejos de los atriles del Salón Azul de la Asamblea Legislativa.

Alguna vez ocurre alguna excepción. En esas ocasiones el “desleal” suele terminar aislado o aislada, fuera del círculo de confianza del partido. Después, lo más probable es que se marche por la puerta trasera o, con suerte, al vecino de al lado, como en un caso reciente.

Los partidos en El Salvador se cuidan, como aquellos mafiosos del Chicago de los años 20s, de no dejar entrar a nuevos operadores por que eso podría acarrear problemas para los dos bloques claramente dominantes en el terreno, cuyos nombres no hace falta ni mencionarlos.

Aunque la regulación la han relajado por la vía de la alta judicatura para no dejar morir algunos aliados pequeños, que siempre están por ahí en el patio para hacer algún mandado por unas cuantas monedas, la realidad es que sigue siendo extremadamente difícil recoger las 20,000, las 25,000 o las 43,000 firmas necesarias para formar un nuevo aparato partidista en una barriada de ciudadanos de la finquita cargados de mucha emergía anti-política.

Así las cosas, los partidos gozan de la situación establecida. Los ciudadanos aguantan la indeferencia y desconexión, conciente o inconscientemente y, en consecuencia, se vuelven incrédulos en política, “apolítico” se presentan con mucho orgullo, y nunca se animan a participar por la vía de partidos políticos establecidos o creando otros nuevos por su cuenta.

A los partidos establecidos esto los refuerza y los eterniza, mientras que al ciudadano lo “alienigeniza”.

El dato es aplastante, ni siguiera un 7% de la población confía en los partidos políticos. La misma cosa ocurre cuando se evalúa la confianza de la gente en la casa del pueblo. Sólo un 6.4% de la ciudadana, confía en la Asamblea Legislativa.

Me pregunto ¿cuándo saldrá a la luz, la Coalición Social Demócrata con miras más incluyentes y dialogantes en El Salvador?

“Probablemente nunca, nuestro país sigue siendo demasiado chiquito como para quitarse de encima el peso que le imponen los principales partidos políticos, uno particular” me dice mi colega, el mismo que cité al principio.

“Allá en el horizonte algo parece que se mueve, no perdamos la buena fe”, le contesto con más ánimos que esperanzas.

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*Miembro de Salvadoreños en el Mundo

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