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Capital Humano

Capital Humano
Por José Manuel Ortiz Benítez

El principal activo de un país no es su maquinaria productiva, su nivel tecnológico, ni sus infraestructuras de servicio público, sino su gente. (Foto María Fuller, niñas salvadoreñas piden en una protesta cerca del Capitalio de EE.UU. que sus familias no se separen).

Lo que cuenta en esencia es el capital humano, las personas, de ellas depende la capacidad real que tiene un país para salir adelante o quedarse patinando en el charco del subdesarrollo.

Aquella mañana todavía estaba oscuro, a penas eran las 4 y media de la mañana. Había que preparar algunas cosas para llevar al Gran Arco de la Boca en Oriente de donde soy originario. Al final no hizo falta. Enmarqué el regalo en el taller de carpintería de Lioniditas Caballero ya estando en mi pueblo natal, Intipucá.

Se trataba de una foto de gran tamaño que llevaba a mi familia en el pueblo que tenía que enmarcar en San Salvador.

A la hora convenida en punto, pasó el científico de Apopa, don Carlos Ramírez, jefe de la sección de Botánica dentro la Facultad de Biología de la Southern Connecticut State University, con su amigo, un transportista urbano de su pueblo -a quien había conocido en uno de sus viajes anteriores- a buscarme en una confortable chatarrita de principios de los 80s que humeaba grueso por el escape.

El punto de encuentro era el final del pasaje número 6, al lado de ese abrupto y pintoresco monte que adorna el fondo de esta bella y caótica ciudad.

Venían de otro punto, el más poblado del país, el apiñado casco histórico de Apopa, donde nació Carlos Ramírez, el hombre que ama las plantas sobre todas las cosas por que dice que en ellas está parte de la solución para alimentar la población de nuestro país y del mundo, en estas épocas de crisis internacionales, donde los granos básicos son cada día más caros, $1 la libra de nuestro milenario grano de fríjol en cualquier punto rural, al por menor, entre La Unión y San Salvador, naturalmente echando mano de nuestra cultura del amague y el regate.

Yo me hice con el máximo peso permitido en el avión de ese grano básico nuestro: 12 libras, seis que las negocié yo directamente y otras seis regalo de mi madre. Las madres, siempre las madres, ¡qué sería de este mundo sin ellas!

Lo que me gustó del chofer del “professor” Ramírez es que era un tipo que sabía escuchar a la gente, como aquel paciente Morgan Freeman en la película Driving Mrs. Daisy.

Cuando hablaba, que fueron muy pocas veces, el chofer de Ramírez se centraba en el punto que iba a tocar, parecía que sabía lo que decía, y lo más importante, lo hacía sin pasión, haciendo un análisis casi académico. Hasta parecía que tenía toda la razón.

-Son 20 años, va a ganar el FRENTE- dijo con gran humildad, y con un toque más de esperanza que de confianza, según metió el volantazo que daba hacia el Boulevard Los Próceres, bajando por las Cumbres de Cuscatlán, la zona a donde me habían venido a buscar.

El día anterior habíamos quedado a las 5 y media de la mañana delante de la casa de Doña Cecilia, una conocida de un viejo amigo, donde me estuve quedando durante parte de mi estancia en San Salvador del 23 al 30 de noviembre.

El día anterior doña Cecilia había leído mis declaraciones en la Prensa Gráfica.

-Ustedes apoyan que aquí gobierne Noriega- me preguntó preocupada según me alcanzaba una plancha de la estantería en el garaje donde me disponía, utilizando una tabla, a hacer un acto, no de surfing, sino de planchado obligado de pantalón y camisa para estar presentable el día siguiente en la entrevista a la que nos dirigíamos aquella mañana.(Foto SEEM, un niño de 7 años vende productos nostálgicos para ayudar a su familia).

-¿Qué Noriega?- Le respondí.

-Si, hombe, ese tal Daniel Noriega- enfatizó.

-Querrá decir Daniel Ortega, el presidente de Nicaragua- le anuncié con más claridad.

-No, ese noes- dijo ella con un tono de allá de Oriente que yo inmediatamente detecté.

-Entonces de quién habla- volví a preguntar.

En ese momento echaban en el noticiero estelar de uno de los canales de TCS, siempre tan oportuno, al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, hablando de los resultados de las elecciones en su país con su estilo de matón que a él tanto le gusta utilizar cuando se dirige a las masas y que a los de TCS tanto les gusta explotar en sus telenoticias.

-Ese mismito- dijo la señora emocionada, sin llegar a pronunciar el nombre completo del protagonista de la noticia.

A la señora Cecilia, se le habían traspapelado en el interior de su mente los nombres, el de Daniel Ortega, Hugo Chávez y Manuel Antonio Noriega.

El tipo de relación entre los dos primeros estaba claro, pero, hasta donde yo conseguía saber, al amigo Noriega lo habían zambullido tras las rejas en una celda de alta seguridad en Florida los americanos después de la invasión de EE.UU. a Panamá en 1989.

-¿Dónde queda ese lugar?- preguntó el chofer, con su tono siempre atento y cordial, antes de salir del pasaje número seis.

-Canal 12, en el Boulevard Santa Elena- respondí.

Menos mal que el amigo Carlos Ramírez había tomado mejor nota que yo, en realidad, el canal era el otro de la competencia, en la Colonia Escalón, en la 1ª Calle Poniente, entre la 85 y la 87 Avenida Norte.

Ahí nos esperaba el periodista de Megavisión, Ernesto López, en la entrevista de la mañana, “Diálogo”.

Llegamos casi una hora antes. Aprovechamos para ir a explorar un poco el barrio, como esos raros y extravagantes gatos mañaneros.

Nos deslizamos a pata unos 100 metros por la 85 Avenida Norte en dirección al Paseo General Escalón a buscar café y pan para desayunar.

-Buen barrio éste- le dije a Ramírez. –A ver si encontramos algo abierto para comer– dijo él.

Por ahí habían bancos internacionales, mansiones impresionantes, restaurantes de comida rápida, que en nuestro país se consideran de cierto nivel, un Biggest y un par de Mister Donuts, entre otros, pero todo estaba cerrado a esas horas de la mañana.

Seguimos caminando hacia arriba, hacia la Plaza de la Bandera. Sin embargo, antes de pasar el cruce de la 87 Avenida Norte y el Paseo General Escalón, o sea a menos de una cuadra, ya estábamos sentados en una buena mesa de calle encima del anden al lado de donde pasaban carros, buses, microbuses y camiones a toda velocidad.

El olor de la mañana, mezclado con la contaminación que salía de los escapes de los vehículos no era un aliciente para acompañar un buen desayuno, pero la escena de la humilde mesita, el tambo de gas de la estufa en una esquina del andén, las señoras anónimas, una, dueña del negocio, y la otra, su ayudanta, literalmente lanzándole las pupusas encima a aquella plancha de metal ardiendo, me teletransportaron a otros tiempos, a una época de inocencia cuando visitaba a mi tía Mirtala en la colonia Zacamil en tiempos de navidad, a principios de los 80s, cuando tenía, a penas, 9 años.

“Qué duros son los recuerdos”, me dije para mis adentros.

Los tiempos aquellos han desaparecido, pero para algunas personas las circunstancias siguen siendo las mismas: “solo nos podemos superar a base de trabajo duro y sacrificio”, pero, en la gran mayoría de los casos en nuestro país, incluso eso, no es suficiente.

Las señoras nos atendieron con esa amabilidad que sólo las personas humildes pueden producir, con una leve sonrisa y esa triste mirada que sueltan sin querer las mujeres sacrificadas, y no se debía al espacio que estábamos compartiendo, ya antes había localizado esos mismos gestos en algunas meseras que nos habían atendido en uno de los lugares más exclusivos de la capital, donde había una piscina como el tamaño de una cancha de fútbol, y donde aterrizaban unas limousines de interiores de cuero hasta el borde de las puertas acristaladas.

Pero en este humilde lugar aquella tranquila mañana, el amigo Ramírez, muy contento, pidió dos pupusas y chorizo, yo sólo pedí una, pero en un instante, “utualito” fue la fina palabra que pronunció la señora, ya estaba hincándole el diente a la segunda, la tercera y la cuarta, a los frijoles molidos, un tamal, con un poco de arroz, plátanos fritos y un chocolate caliente.

Ahí satisfice toda el hambre que había aguantado la noche anterior, después de haber estado en una taquería cerca de la UCA donde se pidió más bebidas que cosas sólidas para calmar el hambre de los estómagos después de un día loco de trabajo.

Salimos de aquella champita encaramada literalmente en los andenes del Paseo General Escalón, totalmente “fuliados” por menos de 5 dólares para irnos a conversar con Ernesto López en el Canal 21 de Megavisión.

Ahí dijo el profesor Ramírez “Lo importante, no son sólo las remesas, sino invertir en el medio ambiente, en la educación, en el capital humano, para mejorar nuestro país, ahí es donde nosotros [la diáspora] podemos colaborar”.

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*Miembro de Salvadoreños en el Mundo
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3 comments :

  1. Amigos de SEEM,

    que programas presentaron al gobierno?

    Les ruego me lo hagan llegar, quiero colaborar con ustedes.

    Cristiano Rojas
    crojas@hotmail.com

    ReplyDelete
  2. Cristiano o como realmente te llames.

    Al gobierno corrupto e incapaz de Tono Saca, no se le presento NADA.

    A otros organismo si, pero los amigos de SEEM no te van a decir nada hasta que no te identifiques. Quien sos?

    Pedro Ordimales
    Utah

    ReplyDelete
  3. Cristiano a que papel pretendes jugar AL DE TONTO UTIL!!!!!. SE NOTA TU IGNORANCIA, Y AIRES DE GRANDESA, NO SUBESTIME LA INTELIGENICA DE LOS SALVADORENOS.
    SALVADORENA MIGRANTE.
    MAURICO TIENE MI VOTO.

    ReplyDelete

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