La diplomacia de Hugo Chávez

La exquisita diplomacia de Hugo Chávez

Por José Manuel Ortiz*

No es probable que después de oír su apasionado mensaje al pueblo de los Estados Unidos nadie le pregunte desde Washington al presidente venezolano Hugo Chávez eso de que ¿cómo pueden interpretarse sus palabras?

Don Hugo no cree ni practica la teoría de Maurice de Talleyrand-Périgord, que estaba convencido de que Dios nos ha dado el divino don de la palabra para poder conseguir nuestros propósitos, persuadiendo, no al revés, con el insulto por delante como le pasa en momentos de acalorado entusiasmo al Sr. Chávez.

Para que no haya el menor equívoco, el Sr. Hugo Chávez le ha propuesto a los "yanquis" que se vayan “al carajo”, no sin antes adjetivarlos de una cosa desagradable y mal maloliente.

Nadie puede acusar, sin embargo, de hipócrita al impetuoso ladrillazo que es Hugo Chávez. Lo que sí podemos decir, con toda tranquilidad, sin temor a exagerar, es que reúne todos los requisitos del 'sparring' –esa especie de artes marciales donde se vale prácticamente todo para derribar al contrario: patadas voladoras, jalonazos de pelo, rodillazos y demás sin prestar atención mínima a ningún referí.

Tan categórico como la propia belleza de Condoleezza Rice recién levantada, Chávez está dispuesto a batirse con el campeón del mundo, su excelencia especialista en ataques preventivos George W. Bush Jr.

Su pescozada favorita, que paradójicamente parece coincidir con la de Dick Cheney, es el petróleo, mejor dicho su precio, y está en su intención subirlo hasta los 200 dólares si todos los aludidos se empeñan en ayudarle.

Cuanto más sube ese liquido negro del que dispone, más crecen sus más de $85,7300 millones de ventas anuales –4.5 veces el PIB de la economía salvadoreña sólo en ventas en 2007 de Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA) – y con ello su zona de influencia y su retórica anti-yanqui.

Aunque los objetivos de Chávez sean nobles –unir al pueblo latinoamericano ante los desafíos del siglo XXI– sus métodos son demasiado conflictivos y se alimentan de lo ideológico, en lugar de la dialéctica persuasiva que caracterizó a su ídolo, el almirante Simón Bolívar.

Lo mismo que una colilla mal apagada puede originar un gran incendio en un teatro, estos episodios grotescos de turbias declaraciones en vivo y en directo, de hachazos diplomáticos y de repetidos insultos hacia el gobierno de EE.UU. pueden provocar una estúpida guerra en el gran teatro latinoamericano.

Bolivia ya parece estar encaminada hacia el caos y Chávez combativo, como de costumbre, se empeña en seguir confundiendo a todo el pueblo estadounidense con las locuras personales de Bush.

Al igual que necesitamos desesperadamente que Bush desaparezca de la escena, Chávez necesita una buena dosis de diplomacia y prudencia. Alguien más civilizado debe hacer entrar a Chávez en razón de que su actual método para unir a los pueblos de Bolívar no es el más adecuado y que hay otras formas más disuasivas que el insulto, con toda su desnudez y hermosura, como a él más le gusta, en esos momentos de adrenalina que suele tener delante de las camaras y los objetivos.

La baja diplomacia e impaciencia de Chávez –Bush está a punto de irse– nos pueden costar caro.

Ya sabemos que un buen diplomático es un señor que, si se equivoca de cuarto en el hotel y ve a una señora duchándose, le dice disimulando de antemano: «usted perdone, caballero, me he equivocado de habitación».

Nadie ha dicho que el presidente Chávez sea un mal diplomático. Es uno nefasto. Un curso de 4 onzas de diplomacia es lo que se le pide al hijo de Amacuro. El hombre realmente lo necesita y eso nos podría venir bien a todos.

Tampoco se ha dicho nada de que Chávez sea «un soldado de Bolívar que hubiera sido discípulo de la escuela de Platón». Probablemente Platón se hubiera visto obligado a echarlo en el cuarto día de clase, aunque se sentara en el mismo pupitre del terrible Critías, que era sobrino segundo del filósofo.

Quizás Lula da Silva pueda ser el más indicado para actuar de instructor.

La solidaridad que ofrece Chávez, petróleo venezolano caro para el mundo rico y barato, o a tarifa reducida, para los pueblos pobres latinoamericanos, está muy bien, sobre todo, en la actual crisis que tiene muchas caras amargas en la que la energía claramente es una de ellas. Sin embargo, de seguir con estos métodos, anunciando públicamente en vivo y en directo, desde el sillón delante de las cámaras de televisión, que Venezuela cuenta “con aviones espías Tu-160 y submarinos nucleares rusos”, en tono de matón desafiante contra EE.UU., a donde nos puede llevar el mandatario venezolano, antes de arribar en la anhelada unidad y prosperidad latinoamericana, es a un tonto conflicto armado con Estados Unidos, que siendo realistas, tenemos todas las probabilidades de nuestro lado de recibir una buena paliza.

Para eso utilizaba la diplomacia Talleyrand para prevenir conflictos y lograr propósitos. Don Hugo Chávez necesita actualizarse mímicamente en los principios básicos del buen diplomático y encarrilarse por la vía de la sensatez. El empeño de Chávez de seguir en ese baile de matón, sabiendo que su contraparte es muchísimo más fuerte que él, podría resultar en un ambiente guerrista con consecuencias lamentables para toda la región y en un golpe mortal para el noble sueño del almirante Simón Bolívar que tanto anhela.

*Miembro de Salvadoreños en el Mundo - © Salvadoreños en el Mundo

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